Satanás recibió el día 30 de enero a un invitado especial, el Sr. Degollado. Acudió veloz y llamó a la puerta. Satanás lo recibió con entusiasmo, tenían tantas cosas de las que hablar. Desde entonces el Sr. Degollado deambula por el Infierno. Las primeras horas le resultaron interesantes, ávido de recorrer todos los cálidos rincones de su nuevo hogar. De hecho, cruzó unas palabras con Gilles de Rais, que conservaba su barba de tonos azulados. Pero pasadas esas primeras horas de divertimento, el Sr. Degollado llegó a la triste conclusión de que su estancia en ese sitio iba a ser muy aburrida : en el Infierno no hay niños. “Y es una pena”, se lamenta el Sr. Degollado, “porque con el calor que hace aquí dentro, estarían todo el día ligeritos de ropa”. En ausencia de carne de niño, el Sr. Degollado comenzó a buscar farmacias para tratar de adquirir meperidina, pero tampoco las había. Qué va a hacer en este infierno de lugar, sin niños, sin meperidina. Al menos se entretendrá leyendo la carta que escribieron hablando de él o algún recorte de prensa que trajo consigo, arrugado en un bolsillo. “Tuve suerte, me libré del proceso por ser un viejo. ¿Se acordará José de mí?”.
Y en ese lugar tan sólo hay fuego y un Satanás al fondo permanentemente sonriendo.
Desde la Tierra, preparando su destino político, Ángel echa de menos al Sr. Degollado, suspira por sus caricias, por su cercanía, por su entrañable acogimiento. Ángel, sé fuerte, el Sr. Degollado rezará por ti desde el Infierno.
Y en ese lugar tan sólo hay fuego y un Satanás al fondo permanentemente sonriendo.
Desde la Tierra, preparando su destino político, Ángel echa de menos al Sr. Degollado, suspira por sus caricias, por su cercanía, por su entrañable acogimiento. Ángel, sé fuerte, el Sr. Degollado rezará por ti desde el Infierno.
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